VIOLETA BAÑUELOS CORONEL
Estudiante de primer semestre de la maestría en Diseño Arquitectónico
28 de septiembre de 2013
RESUMEN
En este documento se habla de porqué el Estadio olímpico universitario es considerada una pieza de suma importancia para la historia de la arquitectura mexicana, tanto que, arquitectos como Frank Lord Wright la catalogo como un elemento digno de la arquitectura mexicana y sus tradiciones en tiempos modernos, una obra maestra autentica que ocupará un lugar entre las grandes obras del México del mañana. Un edificio que logro conjuntar características tan particulares y artísticas desde que fue concebida.
Palabras clave: Estadio Universitario, Obra Maestra, Arquitectura Mexicana.
ABSTRACT
This document talks about why college Olympic Stadium is considered a very important part in the history of Mexican architecture, so that architects like Frank Lord Wright's catalog as a worthy element in Mexican architecture and traditions in modern times a genuine masterpiece that will occupy a place among the great works of Mexico tomorrow. A building that combines artistic characteristics since it was conceived.
Keywords: University Stadium, Masterpiece, Mexican Architecture
OBJETIVOS
Conocer una de las obras maestras más impresionantes e importantes de la historia de la arquitectura mexicana.
INTRODUCCIÓN
El estadio olímpico universitario fue calificado desde su construcción, como una de las obras maestras de la arquitectura mexicana, y aun de la arquitectura contemporánea mundial. Pero ¿a qué se debe tal aceptación? Pues esto se debe a sus múltiples aciertos, primero tomemos en cuenta su ubicación en un entorno excepcionalmente amplio, que hace posible una multiplicidad de diferentes y cambiantes perspectivas de la construcción, otro acierto es la fusión que existe entre el vasto y dinámico entorno y la obra misma, lo que ha expresado de manera inmejorable Diego Rivera:
El edificio nace del terreno con la misma lógica potente que los conos volcánicos que forman el paisaje donde se encuentra; su manera aparente dominante es el basalto procedente de la erupción del más próximo de esos conos volcánicos que lo rodean, y su forma total sólo es comparable a ellos; es un cráter arquitectonizado…… [1]
DESARROLLO
La forma del estadio resulta de manera lógica desde su procedimiento constructivo y las condiciones del funcionamiento, a las que se agrega una clara intención plástica monumental: la de sugerir una obra poderosamente tectónica, como advirtió Rivera. El siguiente gran logro del estadio apunta a la solución de su interior, el cual se percibe ya desde el exterior: el acierto comienza en esta comunicación entre ambos espacios, permitiendo al espectador, en el interior evitar la angustiosa claustrofobia que en los recintos para grandes multitudes pueden generar si sus perspectivas son cerradas. A este acierto siguen otros, el borde externo de la gradería alta, a manera de una cinta de concreto que remata los taludes de piedra del exterior y las gradas al interior, asciende y desciende de manera alternada hacia los cuatro puntos cardinales, adquiriendo un dinamismo en su planta estrictamente circular. Mientras otro elemento se percibe desde cualquier punto al exterior e interior, resulta del hecho que una gradería vuele sobre la baja, para aumentar el cupo y proporcionar sombra a algunos asientos, aligerando visualmente los taludes internos y ofreciendo esta curva majestuosa, ahora horizontal pero de vigoroso movimiento, acentuando la sombra que produce el voladizo, viéndolo en planta tiene la forma de un óvalo.
El proyecto del Estadio se asignó a los arquitectos en marzo de 1950; a partir de ese momento Pérez Palacios se dedicó a visitar algunos estadios en el extranjero, además de observar y analizar otras instalaciones a través de las publicaciones de la época. Dibujó numerosos croquis analíticos que mostraban su preocupación respecto al funcionamiento, la forma, la isóptica, la iluminación, las graderías o la estructura como el de Berlín (1936), proyectado por Werner March; el de Florencia (1931), de Pier Luigi Nervi, o el de París (1937), diseñado por Le Corbusier. También le impactaron otros estadios como los de las universidades de Yale, Denver, Providence y Cornell, en Estados Unidos, por la solución arquitectónica basada en el diagrama del estadounidense Gavin Hadden. Tal esquema proponía que la forma de los estadios debía responder al acomodamiento natural de los espectadores, antes de que el espacio se ocupara totalmente: primero al centro, y en forma descendente hacia los lados. Este estudio motivó un cambio sustancial en el trazo tradicional de los estadios en donde los espectadores se colocaban en igual número de filas concéntricas en torno del óvalo que rodea el campo, las pistas o las canchas. Después de ese análisis comparativo, Pérez Palacios optó por el planteamiento de Hadden, como lo muestra el croquis inicial que realizó, descrito por él mismo:[2]
…a base de dos grandes valvas desiguales para alojar en una forma natural y espontánea pero eminentemente lógica a los espectadores. [Además este dibujo muestra una] zona de graderías ya cubierto bajo un balcón volado (estructura en cantiliver) buscando yuxtaposición de graderías en un nivel intermedio entre campo y últimas graderías. Accesos en forma de rampa, eliminando las escaleras, posibilidad de varias rampas y accesos a diferentes niveles. Disposición de graderías dejando dos espacios, o sea las cabeceras del campo, con menor número de asientos para evitar la sensación de encierro (claustrofobia).[3]
Este croquis original se acompañaba de dos cortes arquitectónicos que representaban el par de posibles respuestas para solucionar las graderías superiores: el estadio sobre terraplén y el estadio estructurado (concreto armado), opciones que fueron motivo de numerosos estudios y polémicas. Las dos propuestas preveían la excavación y nivelación del terreno para colocar la cancha y las graderías inferiores.
Los principales motivos que originaron el diseño arquitectónico del Estadio respondieron a varias inquietudes, principalmente que el edificio fuera sencillo y abierto para captar la luz y el espacio abierto que lo circundaba. El proyecto se desarrolló con base en estas premisas que coadyuvaron a que el resultado fuera una obra notable por su forma, creatividad e innovaciones tecnológicas. La construcción comenzó oficialmente, según la correspondencia, “el lunes 7 del actual [agosto de 1950], a las 12 horas, en los terrenos del Pedregal de San Ángel donde se construye la Ciudad Universitaria de México, se efectuará el acto oficial de la iniciación de los edificios de las facultades de Filosofía, Jurisprudencia y Economía y del gran Estadio Olímpico para espectáculos”.[4] Esta instalación deportiva fue el resultado de un magnífico trabajo de equipo porque intervinieron cientos de personas: arquitectos, ingenieros, técnicos, especialistas, asesores, supervisores y miles de obreros.
El Estadio se localiza al norponiente de Ciudad Universitaria; el eje longitudinal de composición del campo de juego —orientado norte-sur—, se sitúa paralelamente y a 270 metros de la avenida de los Insurgentes, una de las arterias principales, al igual que las avenidas Revolución y Universidad, que determinaron el desarrollo urbano del conjunto escolar. El otro eje de composición —orientado oriente-poniente—, perpendicular a la avenida Insurgentes, coincide con el eje principal de composición del campus universitario ya que atraviesa la Rectoría y lo que fue la Torre de Ciencias. La relación del Estadio con los edificios del campus se consiguió por medio de caminos para peatones con sus respectivos pasos a desnivel, y por otras calles que lo entroncan con el circuito universitario y con el sur de la ciudad.
Además de su favorable localización dentro de Ciudad Universitaria, el terreno se eligió porque tenía cierto hundimiento natural que se aprovechó para excavar y remover la roca fija, producto del crestón de roca basáltica, la tierra y el tepetate. La forma de la excavación era la de un trozo de cono de base elíptica, donde se ubicó el campo de juego y además se aprovechó para apoyar una parte de las graderías. La tierra excavada se volteó para construir un terraplén circular alrededor del campo con el talud o pendiente exterior con base en el ángulo de fricción o reposo natural del material, el cual se recubrió para evitar el deslave, con la misma piedra de origen volcánico que se extrajo del lugar. En el interior del terraplén se apoyaron las graderías superiores. Las óptimas condiciones físicas del terreno permitieron la compactación del terraplén para lo cual se usaron escrepas, motoconformadoras y aplanadoras, al igual que en los ocho estacionamientos que circundan al Estadio. Más de 100 mil metros cúbicos de tierra y piedra se movieron para lograr la forma proyectada. Este procedimiento constructivo se combinó eficazmente con las estructuras de concreto necesarias para el balcón, los túneles, la caseta de prensa y los mástiles. Sobresale en el Estadio el gran balcón perimetral construido en concreto armado en cantiliver de nueve metros de claro que, por un lado, funciona como traslape de las graderías para que los últimos espectadores no estén demasiado lejos; y por el otro, la sombra que proyecta permite alojar los palcos y aproximadamente 14 mil asientos bajo cubierto que son los más cotizados.[5]
Para el acceso al Estadio se suprimieron las escaleras; toda la circulación es a nivel o por medio de rampas naturales que dan paso a los primeros vomitorios y rampas envolventes para la entrada a los segundos vomitorios; a través de los 42 túneles de concreto armado que atraviesan los terraplenes, se accede a la circulación interior situada en el nivel medio de las graderías. Este diseño permite una mejor y más rápida distribución de los espectadores, lográndose el desalojo del
Estadio, óptimamente, en tan sólo 20 minutos.[6]
Es oportuno señalar que esta obra fue la primera en el mundo en contar con una caseta de prensa, radio y televisión, conocida como el “Palomar”; su ubicación en la parte alta del graderío poniente permite a los espectadores admirar todo el Estadio y gran parte del campus, aunque la visual se fuga hasta los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuátl. Se trata de un paralelepípedo de 70 metros de longitud en cantiliver, construido en concreto armado y cristal que sobresale por su pureza volumétrica. Para la iluminación, el campo contaba originalmente con seis mástiles de 20 metros de altura donde se ubicaban las luminarias. Actualmente cuatro enormes mástiles con reflectores iluminan profusamente los espectáculos nocturnos. Cabe señalar que el costo fue de 28 millones de pesos, y está considerado, a escala mundial, como pionero en el uso de un nuevo material para la pista: el tartán. Asimismo, fue precursor en materia de instalaciones en los vestidores, baños y servicios, además de contar con un eficaz sistema de drenaje. El edificio llamó la atención nacional e internacional de inmediato; sólo mencionar que en relación con la solución arquitectónica, el estadio de Roma, construido para la Olimpiada de 1960, se inspiró en su forma; igualmente, para los juegos olímpicos de Tokio en 1964 el estadio se remodeló “siguiendo el criterio expresado en nuestra obra y planos que con algún pretexto nos solicitaron oportunamente y con gusto enviamos”.[7]
Además de ser una obra funcional y formalmente vigorosa, su importancia radicó en que combinó exitosamente nuevos procedimientos constructivos con otros ya olvidados o poco usados, que permitieron un considerable ahorro de dinero. El paso del tiempo ha demostrado que es un edificio vigente que confirma, día a día, la presencia y esencia de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Ilustración 5Fotografía: El mural “La Universidad, la Familia Mexicana, la Paz y la Juventud Deportista” http://www.unam.mx/patrimonio/edif_espacios.html
Los primeros murales en CU La Ciudad Universitaria, se inauguró en 1952, fue modelo de modernidad y humanismo. Por un lado, su arquitectura internacionalista confirmaba la comunicación de México con los lenguajes artísticos contemporáneos; por el otro, la urbanización, arquitectura y decoración de inspiración prehispánica, recuperaba la ancestral tradición que distinguía a la identidad mexicana. En el entorno de modernidad de la Ciudad Universitaria, el toque de humanismo lo daban los murales. Eran los años en que el muralismo mexicano vivía su mejor momento. Los artistas de la Escuela Mexicana de Pintura gozaban de reconocimiento nacional e internacional. La primera etapa del muralismo en Ciudad Universitaria, que concluyó en 1954, legó diez murales realizados por cinco artistas. David Alfaro Siqueiros obtuvo la torre de Rectoría, Juan O'Gorman la Biblioteca Central y Diego Rivera el Estadio Olímpico. El Estadio iba a rodearse de murales, pero finalmente sólo se hizo el del talud oriente.
“En esta obra Rivera realiza la decoración a la manera mosaica, traza sobre el muro vivo sus figuras, después esculpe y les da relieve mediante el empleo de piedras de diversos colores...”:[8] el rojo tezontle, el ámbar del tecali, el mármol blanco, las piedras verdes y rosas, y las piedras de río. Diego Rivera, afirmaba:
Indudablemente la realización más importante de mi vida de obrero plástico, simplemente porque a mis posibilidades individuales de invención y construcción, a mi sensibilidad creadora, se han sumado setenta sensibilidades de obreros admirables, de albañiles y canteros…[9]
En el interior del palco del rector pintó otros dos murales de menor jerarquía, titulados La llama olímpica y El escudo de la fundación de México-Tenochtitlán. Se localizan sobre un muro curvo recubierto de pasta color óxido; del lado convexo esgrafió el símbolo de la fundación de la Ciudad de México: el águila devorando una serpiente, posada en un nopal nacido de las entrañas de una figura humana yaciente; y del lado cóncavo grabó una sencilla figura humana con rasgos indígenas que porta la antorcha del fuego olímpico. Para el arquitecto Pérez Palacios, la amistad con Diego Rivera perduró hasta la muerte del pintor en noviembre de 1957.[10]
Ilustración 6 Publicaciones de la época. Archivo Augusto Pérez Palacios, Facultad de Arquitectura, UNAM.
Desde la construcción del Estadio se efectuaron pruebas antropométricas con trabajadores de limpia, para determinar con exactitud su capacidad. Esta polémica se acentuó desde los primeros eventos que ahí se dieron, pues se decía que estaba proyectado para alojar entre 100 mil y 103 mil personas, cifras derivadas de un estadio lleno; es decir que, además de los espectadores sentados, habría asistentes parados en los pasillos. Con tal cupo se podía inhabilitar el uso de las salidas, los pasillos, y entorpecer la vista hacia la cancha, por lo que este volumen de personas no se aceptó como el reglamentario, pues representaba una falta de seguridad para el público y los deportistas. Numerosas experiencias demostraron que el cupo máximo más recomendable era para 80 mil usuarios. A raíz de que se designó al Estadio como sede olímpica surgió la necesidad de aumentar su capacidad para 20 mil espectadores más. De manera imprevista para Pérez Palacios, el Departamento de Obras Públicas presentó un proyecto en la prensa nacional el 26 de junio de 1966 el cual, además de ser muy costoso, deformaba la apariencia del Estadio. Por tal motivo, el arquitecto propuso de inmediato otro proyecto que no destruía el existente pero, sobre todo, respetaba la intención original; el diseño consistía en una nueva gradería externa en concreto armado, solucionada mediante una estructura especial que permitía la adición de un gran aro perimetral traslapado sobre las últimas gradas. Afortunadamente no se hizo el proyecto, lo que él mismo explicó:
Conseguimos que el Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria no se tocara sustancialmente ni en su forma y función originales; tampoco se aumentó su capacidad. Únicamente se actualizaron sus servicios tanto para competidores como informadores e instalaciones como prensa, radio y televisión, cuyos adelantos son incesantes.[…] Es decir, el objetivo principal se ganó, el evitar que la obra se dañara en su plástica o funcionamiento…[11]
Habría que añadir que se cambió el marcador, se amplió el “Palomar”, se quitaron las seis torres de iluminación y se colocaron cuatro, se abrió una puerta en el lado sur de la tribuna inferior, bautizada como la “Puerta del Maratón”, entre otras modificaciones que el mismo Pérez Palacios supervisó.
El Estadio Olímpico Universitario se encuentra en el Pedregal de San Ángel en donde sufrió una significativa reducción, como parte de la incontrolada expansión urbana de la Ciudad de México, quedando en la actualidad menos del 5% del área original. En donde los terrenos del campus principal de la UNAM, se encuentra en una zona protegida que es una Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel.
La forma del estadio es de gran belleza y dinamismo directamente vinculada a requerimientos isópticos. La aplicación acertada de los principios racionalistas de los requerimientos técnicos y funcionales, se tradujeron en esplendidas posibilidades plásticas. De esta obra son numerosos los juicios elogiosos que se han expresado. Uno de los más relevantes, sin duda, es el de Frank Lloyd Wright:
“El estadio de la universidad de México es precisamente de México. Entre todas las estructuras que integran la Ciudad Universitaria varias se elevan a la dignidad de la arquitectura notable de México y sus grandiosas tradiciones. La primera entre todas ellas es el Estadio. Aquí se pueden ver las grandes tradiciones antiguas de México honrando a los tiempos modernos. Pero esta estructura no es una imitación. Es una creación en el más auténtico sentido y está llamada a ocupar su lugar entre las grandes obras de arquitectura de hoy y mañana.”[12]
Es una de las construcciones más importantes de Ciudad Universitaria porque aprovechó cabalmente la topografía del terreno, el paisaje volcánico del Pedregal y los recursos naturales de la zona. Su forma lógica y serena se integró totalmente al entorno, pues su silueta transmite la idea de vigencia, permanencia y pertenencia al sitio. No hay duda que además sobresale por la calidad de su factura y por el acertado empleo de los taludes, rampas y planos inclinados, así como por el contraste de las bardas y escalinatas con el color rojo del pavimento de los espacios abiertos. Su solución arquitectónica nos permite estar adentro y sentirnos fuera, no hay sensación de encierro; el espectador puede gozar de la vista hacia el volcán del Xitle y el gran cerro del Ajusco, pero también desde el exterior se pueden observar las tribunas y adivinar lo que ocurre dentro.
La vida de Augusto Pérez Palacios estuvo íntimamente ligada a esta obra; compartieron una historia que puede tener múltiples interpretaciones. Su honestidad y sencillez se revelan en las sinceras palabras que, según cuenta el arquitecto Víctor Jiménez, le respondió en una de sus últimas entrevistas: “Al final de la conversación le pregunté si se había dado cuenta, al desarrollar aquella obra, de la importancia que adquiría en la historia de nuestra arquitectura. Con sencillez me dijo:
‘Un hombre sabe cuándo está haciendo una obra buena’. [13]
BIBLIOGRAFÍA:
1 Diego Rivera. El estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria, citado por Víctor Jiménez Muñoz. Lecturas mexicanas. Lecturas mexicanas. La Arquitectura Mexicana del siglo XX. Coordinación y prólogo de Fernando González Cortázar. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México 1994. Pag. 242
2 Augusto Pérez Palacios, Estadio Olímpico. Ciudad Universitaria, UNAM, México, 1963, p. 21.
3 Carta dirigida al arquitecto Luis G. Rivadeneyra firmada por Augusto Pérez Palacios, el 22 de abril de 1952.
4 Carta dirigida al arquitecto Augusto Pérez Palacios firmada por el licenciado Almiro P. de Moratinos, gerente de Relaciones, el 2 de agosto de 1950.
5 Lourdes Cruz González Franco. El Estadio Olímpico Universitario del Pedregal. Permanencia y vigencia. Revista Bitácora Arquitectura Núm. 21.2010.UNAM.
6 Augusto Pérez Palacios, Estadio Olímpico. Ciudad Universitaria, UNAM, México, 1963.
7 Lourdes Cruz González Franco. El Estadio Olímpico Universitario del Pedregal. Permanencia y vigencia. Revista Bitácora Arquitectura Núm. 21.2010.UNAM.
8 14 Véase, “El Estadio Olímpico”, en Murales en la Ciudad Universitaria, Departamento de Difusión de Ciudad Universitaria, México, 1954.
9 http://www.unam.mx/patrimonio/edif_espacios.
10 http://www.unam.mx/patrimonio/edif_espacios.
11 Carta dirigida al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, ingeniero Javier Barros Sierra, escrita por Augusto Pérez Palacios, el 19 de junio de 1968. Archivo de Augusto Pérez Palacios.
12 Víctor Jiménez. El estadio olímpico de la ciudad Universitaria. Lecturas mexicanas. La Arquitectura Mexicana del siglo XX. Coordinación y prólogo de Fernando González Cortázar. Pág. 243
13 Víctor Jiménez, “Augusto Pérez Palacios y el Estadio de la Ciudad Universitaria”, en la revista Bitácora Arquitectura, núm. 11, México, Facultad de Arquitectura, UNAM, febrero-abril del 2004.
Bitácora Arquitectura, núm. 11, México, Facultad de Arquitectura, UNAM, febrero-abril del 2004.
Bitácora Arquitectura Núm. 21.2010. México, Facultad de Arquitectura, UNAM
Pérez Palacios, Augusto, Estadio Olímpico. Ciudad Universitaria, UNAM,
México, 1963.
Arquitectura/México, “La Ciudad Universitaria de México”, núm. 39, México,
Septiembre de 1952.
TABLA DE IMÁGENES
http://www.unam.mx/patrimonio/edif_espacios.
http://www.dgsg.unam.mx/hist2.htm
http://www.arqred.mx/blog/2010/09/05/concepto-estadio-olimpico-universitario-comparativa/
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